Medallas olímpicas

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Lo que sigue es un lugar común: cada 4 años, los mexicanos nos volvemos especialistas en deportes olímpicos.

Criticamos los resultados. Nos dan pena nuestros atletas. Cuestionamos a los dirigentes deportivos. Señalamos la paradoja de que siendo muchos millones de mexicanos tengamos tan pocos atletas que alcancen medallas. Y así hasta el infinito: todos tenemos una explicación personal sobre los magros resultados.

La mía es que no tenemos un programa de fomento al deporte. Ni siquiera al más popular de los deportes en México que es el futbol. Menos en esas disciplinas tan ajenas como esgrima, rugby siete o el steeplechase .

No sólo no hay suficientes recursos —que en buena medida se gastan en el pago de los salarios de la burocracia del deporte—. No tenemos detección de talentos deportivos y mucho menos patrocinadores, becas y seguimiento. Aquel que llega al profesionalismo o a las olimpiadas lo hace por su esfuerzo personal, lo que incluye muchas veces el viacrucis para conseguir una beca después de tocar docenas de puertas o hacerlo de manera perseverante para que el funcionario en turno responda nomás para que lo dejen de molestar a la hora de torta de tamal.

Y eso que cada año se celebran por todo el país docenas juegos deportivos de primarias, secundarias, olimpiadas nacionales y universiadas, que compiten en número con los partidos de los veteranos del Atlante.

Pero el hallazgo de talentos es más escaso que el cobalto 60 o más escaso que la inteligencia de los funcionarios encargados de los temas deportivos. Más escaso aún que las instalaciones deportivas públicas que no sean campos de futbol agandallados por el presidente de alguna liga.

Así, ni en las olimpiadas del 2060 tendremos chance de ganar más medallas que Michael Phelps solito.

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