Hágase la voluntad de Dios

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Estamos a punto de terminar el año. Y las celebraciones del año viejo y del año nuevo tienen como ingrediente esencial en las costumbres familiares las fogatas y la pirotecnia.

La noche del último día del año se pueden escuchar de forma intermitente e interminable cohetones y cohetitos por aquí y por allá. Las familias y los amigos se reúnen alrededor del fuego, en el peor de los casos de una llanta vieja.

Confieso que tronar palomas, cohetes y variados juguetes pirotécnicos es atractivo.  A los más longevos de la comarca, las luces brillantes y el sonido del trueno seguro nos traerá algún recuerdo. También la idea del calor y de la charla alrededor de la fogata.

En estos días —la noche del 31 de diciembre en especial—, el problema es que no es una fogata, sino docenas. Ni unos cohetones, sino unas cuantas gruesas. De cohetitos, palomas, chifladores, buscapies, brujitas, bengalas, cometas, ollitas y bolas de humo, ni hablar, porque se deben contar por cientos de miles.

El resultado del exceso en el uso de la pirotécnia, de tu fogata, la mía, la del vecino, y las que se encienden por toda la zona metropolitana de Toluca, es una abrumadora contaminación ambiental, que se agudiza por el frío de la temporada, que da lugar a la famosa e incomprendida inversión térmica.

Ya el pasado fin de semana la concentración de contaminantes provocó que se declarara una contingencia ambiental. Y si las costumbres continúan y la tendencia anual se mantiene, vamos que volamos para que el próximo fin de semana volvamos a las andadas.

Entre la noche del 24 de diciembre y la madrugada del 25 de diciembre, se elevaron las concentraciones de partículas PM2.5. El valor máximo fue de 171 microgramos por metro cúbico. Baste con decir que en el valle de Toluca estuvimos más contaminados que en la Ciudad de México.

Alguno de mis cuatro lectores me dirá: que tanto es tantito. Y el arriba firmante dirá: hágase la voluntad de Dios… en los bueyes de mi compadre.

Porque seguimos creyendo que el cuidado del ambiente es cosa ajena. No es conmigo ni con mi familia y amigos. Es cosa del gobierno y de los ambientalistas. Nuestra egoísta posición es que se preocupen y se ocupen ellos.

En realidad, en materia ambiental todos tenemos una responsabilidad. Todos nuestros actos redundan en una buena o mala condición del ambiente. Este paulatino y hasta ahora imparable deterioro que sucede con Toluca, es producto de las acciones y omisiones personales, que se congregan en el plano comunitario y metropolitano. Una fogata menos, una luz de bengala menos, pueden ser la diferencia en este fin de año.

Nadie debería esperar a que llegue un agente de la autoridad para apagar la lumbre o dejar de tronar palomas. Y tampoco resignarse a que se haga la voluntad de Dios…

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