En las oscuras páginas de la nota policiaca apareció el fin de semana la historia en la que un niño, de apenas 13 años de edad, fue detenido cuando acudió a cobrar el rescate por el secuestro de un menor de 5 años.
Tal y como lo mandan los guiones de las películas de este género, el suceso ocurrió en un lugar público: la explanada de la basílica de Guadalupe —¿qué mejor lugar para pensar en el amparo de la multitud y perderse entre el gentío?, como en cualquier escena cinematográfica—. Ahí se presentó el niño, llevando a la mano al menor plagiado. Cuando recogió el pago del rescate, de 35 mil pesos, fue detenido. Y más tarde una mujer se comunicó con la familia de la víctima para ofrecer un canje: ella se entregaría si dejaban en libertad al escuincle convertido en cobrador de los secuestradores.
El secuestro ocurrió el Ecatepec. La detención del adolescente en la zona norte de la Ciudad de México. Dos de los puntos con mayor percepción de inseguridad en el país.
Pero lo grave de este delito grave es que las familias de delincuentes introduzcan al mundo criminal a sus integrantes más jóvenes. Un signo más de la descomposición acelerada de la sociedad mexicana en los últimos 20 años.
Desde luego, no es el primer caso de un niño delincuente: imposible olvidar a “El Ponchis”, el niño sicario que confesó haber participado en asesinatos y decapitaciones. Pero no deja de sorprender. Ni de preocupar.