La Organización de las Naciones Unidas presentó un paquete de doce medidas para acabar con el hambre en el mundo y reducir el impacto ecológico de la producción de alimentos, un sistema «insostenible» a medio plazo y actualmente responsable del 60 por ciento de la pérdida global de biodiversidad.
Entre las medidas propuestas destaca un aumento de la productividad agrícola, la reducción en el consumo de carne y otros productos que requieren un uso intensivo de recursos o la concienciación del consumidor final sobre sus decisiones alimentarias.
Son «soluciones reales que pueden marcar la diferencia», explicó Janez Potonick, excomisario de Medioambiente de la UE y copresidente del Panel Internacional de Recursos (IRP), órgano de expertos que asesora a la ONU y autor de la propuesta.
El informe fue expuesto hoy en la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, que esta semana celebra en Nairobi su segunda reunión.
Otra de las medidas propuestas por el IRP es conectar los centros urbanos con las zonas rurales para fomentar las cadenas de suministro regionales, más eficientes y menos contaminantes.
«Hace 60 o 70 años, una caloría de combustible producía entre 200 y 300 calorías de alimento. Ahora es al revés: para producir una caloría de alimento necesitas 300 o 400 calorías de combustible por culpa del transporte, el empaquetado y el almacenaje de las mercancías», señaló el expresidente del IRP Ashok Khosla.
En consecuencia, otras de las recomendaciones es eliminar los subsidios para combustibles fósiles, una medida que será muy polémica y costará de justificar a pesar de que supondría un gran avance para eliminar prácticas poco sostenibles.
Según el grupo de expertos, los sistemas de producción actuales han creado una situación paradójica en la que 800 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza y otros 2 mil millones sufren problemas de sobrepeso u obesidad.
La producción de alimentos también es responsable del 60 por ciento de la pérdida de biodiversidad global, del 24 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero y de la sobrexplotación de un tercio de los caladeros de las especies con más demanda.
«La pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la degradación del suelo son grandes problemas que tienen un impacto directo en la seguridad alimentaria», añadió Potonick.
El rápido crecimiento económico de los países emergentes añadirá más presión a un medioambiente que ya está en una situación crítica con la incorporación de 3.000 millones de personas a la clase media hasta 2050.
Un aumento de la renta per cápita suele modificar la dieta de la población, que pasa de ser rica en carbohidratos a contener más alimentos ricos en calorías, azúcares y lípidos -además de productos procesados-, lo que causa «costes ambientales desproporcionados» y genera un problema de salud pública.
Sin embargo, Potonik recordó que el cambio en los hábitos de consumo no es un problema exclusivo de los países en vías de desarrollo y que los países del primer mundo también deben mostrar iniciativa.
«La Unión Europea publicó un estudio que calculaba que una reducción del 50 por ciento en el consumo de carne a nivel europeo lograría una reducción de entre el 25 por ciento y el 40 por ciento en las emisiones de gases de efecto invernadero», sentenció.
Durante la jornada, la ONU también lanzó la campaña internacional «Wild for Life» (Locos por la vida) que, con el apoyo de líderes políticos y celebridades como la modelo brasileña Gisele Bündchen, pretende movilizar a la sociedad para luchar contra el tráfico ilegal de la fauna salvaje.
Los cazadores furtivos mataron entre 2010 y 2012 a 100 mil elefantes en África para arrancarles sus colmillos y venderlos en el mercado negro de marfil, que cada año mueve hasta 150 millones de dólares en todo el mundo.
La única solución para combatir esta crisis global, aseguraron los expertos, es trabajar conjuntamente para implementar políticas que permitan reducir el tráfico de estos productos ilegales que están matando la fauna salvaje.