En la más espaciosa y puritana tradición del periodismo anglosajón, los gringos y los hijos de la pérfida Albión dicen que el periodista tiene que jugar un papel de perro guardián. El “watch dog”.
Los teóricos de los antiguos astronautas no se meten en estos líos. Los del periodismo sí. Y dicen que técnicamente estamos hablando de aquel periodismo que se dedica a informar a las audiencias sobre las actividades en las instituciones y en la sociedad. El periodismo que revisa las acciones del poder político y económico. Por lo tanto, hablamos de corrupciones, irregularidades, escándalos personales de políticos, enriquecimientos y un etcétera más largo que mis malos pensamientos.
Esta función es considerada la más importante del periodismo en la referida tradición anglosajona, que además es la más linajuda del periodismo.
Además, está asociada a una práctica ética, decorosa, responsable y confiable.La que está en la búsqueda de la verdad posible, como un bien necesario para el crecimiento, desarrollo y mejoría de la sociedad. La que se impone altos parámetros para ofrecer información de excelencia, calidad, trascendencia, interés e importancia. La que busca la mejora continua personal y profesional. La que es leal con su audiencia. La que es independiente y reconoce límites. La que se rige por valores como responsabilidad, respeto, honradez, veracidad, tolerancia, justicia y confianza.
Y esa práctica del periodismo que, por lo tanto es incómoda. A la que se le han impuesto condiciones para acotar su ejercicio. En muchos lugares, empezando por el poder público, donde la expresión más ligera de las intenciones de acotar al periodismo —y al periodista— han sido “los corralitos”. Le han seguido los “protocolos”. La existencia de procedimientos para acceder a la información pública o a los funcionarios, mediante procesos y trámites insalvables. Las estrictas prohibiciones a funcionarios y personajes públicos para que atiendan o respondan preguntas periodísticas.
No solamente hablo del poder público. Ahora también en equipos como el Deportivo Toluca ocurren este tipo de restricciones que pretenden limitar el ejercicio periodístico o que se cuenten las cosas a su modo. Ocurre hasta en las universidades públicas.
Y ni siquiera menciono el silencio, el desaire o el desdén, que son prácticas de quienes se niegan a rendir cuentas o simplemente ser accesibles y transparentes. Tampoco menciono los embates discursivos de quienes quisieran vivir todo el tiempo con el sahumerio a los pies y sin ningún tipo de cuestionamiento. Eso también es pernicioso.
Aunque ese tipo de acciones nunca han detenido al periodismo. Siempre ha habido formas y resquicios. Como diría El Libro de Estilo de El País: Si se encuentran trabas, se superan, si éstas añaden información, se cuentan, si no es así, se toleran.