No hay día en que no sepamos de alguna nueva tropelía cometida por nuestras insignes policías, sin importar la corporación.
Tal parece que salen a la calle con la única finalidad de adquirir sus 15 minutos de fama, con su correspondiente video viral en las redes sociales, y de paso desgraciarle la vida a algún mexicano de a pie. Además de convertirse en delincuentes con uniforme, armas y vehículo con cargo al erario.
Ya a nadie le sorprende que cuando detienen a alguna banda de delincuentes haya un policía inmiscuido.
Tampoco sorprende que el estado de México tengas las cifras más elevadas de criminalidad, y que las de más reciente divulgación, relativas a los homicidios, se mantengan en ascenso desde hace una década. A diferencia de entidades como Baja California o Chihuahua, donde se llegó a un límite, se cambió la concepción y el compromiso de los policías, y comenzaron a descender los índices delictivos —aunque no estén resueltos—.
Mientras en el estado de México el deterioro es evidente. Ni le creación de una Secretaría, ni la extinción de ésta, ni la aparición de una Comisión, ni los sucesivos cambios de secretarios y comisionados han servido para que la seguridad mejore y la delincuencia se erradique.
Y mientras, a los policías les viene guangos los discursos de sus jefes, los decálogos, las promesas y los mandos unificados. Al fin que los ven y, ya sabes, no son precisamente un dechado de virtudes.