Como es del conocimiento de mis estimados cuatro lectores, esta semana inició una nueva administración del Poder Ejecutivo del gobierno del Estado de México. El sábado 16 de septiembre comenzó la administración de Delfina Gómez Álvarez.
Y como es acostumbrado, esperamos que todo cambie. Como por arte de magia.
De esos problemas latentes del Estado de México y su población: seguridad, movilidad, agua, comunicaciones, pobreza, feminicidios, extorsiones, y un largo etcétera, aguardamos que con el solo hecho de que hay un nuevo gobierno, las soluciones lleguen radicalmente.
Ciclos de esperanza y desilusión que hemos visto sexenio tras sexenio. En su libro, de 2017, “El eterno comienzo”, el politólogo y economista Ugo Pipitone lo describe para varios momentos de la historia nacional: Miguel Álemán, Carlos Salinas, Vicente Fox y Enrique Peña. Cada uno en su circunstancias, pero con el común denominador de un cambio visible: con Alemán terminaron los gobiernos de militares, con Salinas llegó el neoliberalismo, con Fox la alternancia y con Peña el regreso del PRI.
Estas circunstancias pueden ser extrapolados a la realidad local. Ha llegado al poder estatal un cambio expresado en un cambio de partido en el gobierno por primera vez en nueve décadas, lo que conforma la esperanza de un ciclo distinto de desarrollo y progreso, de crecimiento y justicia, de oportunidades o de seguridad. Y en los casos que refiere Pipitone, a la esperanza le siguió la desilusión.
Ahora, para muchos se fueron los malos, lo que no servían, los que no dieron resultados. Llegan ataviados de nuestra esperanza los que creemos que nos van a sacar del agujero. Nuestro pensamiento mágico les atribuye poderes sobrenaturales. Y así comienza el gobierno de Delfina Gómez Álvarez. Además, con las afirmaciones de muchos de los dirigentes de la cuarta transformación de que el nuevo gobierno no puede fallar, lo que hace que las expectativas se eleven por los cielos.
Romper el círculo de esperanza y desilusión, pasa por desterrar prácticas que se han vuelto comunes en el ejercicio gubernamental, como el amiguismo, el compadrazgo, el desorden, la improvisación, la ineficiencia, la mentira o la ocurrencia. Y erradicar el alejamiento de la clase gubernamental de la sociedad y sus problemas, además de cambiar el precepto de que desde el escritorio, a partir de diagnósticos hechos una y otra vez, se pueden resolver los problemas.
Ahora mismo, la administración de Delfina Gómez debe tener el beneficio de la duda. La descalificación sólo por una posición ideológica es vacua. Sólo el tiempo —y corto, porque la gobernadora ha ofrecido legislar sobre una especie de plebiscito o referéndum para llegar a una posible revocación de mandato— nos dejará saber si el círculo se rompe o continúa.
Porque nada cambia por arte de magia. O se emprenden tareas para solucionar de tajo los problemas. O se finge y se simula.