Dicen los que dicen que pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Ustedes perdonen, tengo la impresión de que he usado esta frase más de una vez. Y otra vez resulta oportuna, así que me viene guango ser repetitivo.
La historia, desafortunadamente, es una ciencia que en la actualidad parece anacrónica —paradójicamente—. Hoy vivimos en el día a día y en el instante. En el pantallazo de las redes sociales. En la existencia efímera que ha devenido en una crisis existencial. Si el ayer ya no existe, el pasado menos. Lo sucedido hace medio siglo o más no parece tener importancia.
Pero lo menos que pretende esta media plana es ponerse filosófica, cosa que de todos modos no le va al arriba firmante —cuyos filósofos de cabecera son Gerardo Reyes, Cornelio Reyna, Rigo Tovar, Joaquín Sabina, Carlos y José, y Lupe Tijerina—. La idea es que el conocimiento de la historia aporta experiencias e ideas para abordar problemas semejantes a los de hoy.
Esta referencia de la historia tiene que ver con el hallazgo y la recuperación que esta semana nos ha regalado el Poder Judicial del Estado de México y especialmente su presidente, Ricardo Sodi, sobre esa parte de la historia mexiquense que es el Tribunal Superior de Justicia estatal y sus personajes, casi siempre en la penumbra.
Conocer la historia es una herramienta para comprender el alma de un pueblo. Sus altas y bajas. Sus motivaciones. Sus errores y sus aciertos. En el caso mexicano, sus casi perpetuos círculos de esperanza y posterior desencanto.
En un contexto en donde un día hay un escándalo y el otro también, la historia y la hazaña de ciertas personas en un periodo determinado del tiempo permite explicar la existencia de instituciones, que están más allá de las ideologías.
Como seguramente mis cuatro informados lectores lo saben, el Poder Judicial celebró 197 años de existencia. Lo hizo reconociendo su historia, a sus pioneros y a los juristas que han hecho aportaciones contemporáneas a la ciencia del Derecho. Abriéndose, por medio de su historia, a la sociedad para que la sociedad se reconozca en esa y otras instituciones —aunque algunas prefieran el ostracismo y la demagogia. Es cierto, nos hace falta que se materialicen los recorridos por el palacio del Poder Judicial y los entremeses que se podrían escenificar en el lugar. Mas la disposición ya tiene expresiones materiales. El arriba firmante espera que los nombres de Albertina Ezeta Uribe, María Guadalupe Alcalá González, Rita Raquel Salgado Tenorio, Ignacio Alva, Francisco Nava, Tomás Salgado, José Domingo Rus, Juan José Flores Alatorre, Manuel Campos y Rivas y Jacobo de Villaurrutia López y Osorio recuperen y mantengan un lugar en la historia doméstica de esta entidad federativa llamada México.
Posdata: prometo no volver a usar, hasta que sea necesario, la frase aquella de “que pueblo que no conoce su historia…”