El debate entre los candidatos a la gubernatura del estado de México celebrado la noche de ayer martes sólo me deja un par de reflexiones.
La primera es que en un formato de este tipo es imposible contrastar proyectos y plataformas de gobierno. Lo que me lleva a decir que las autoridades electorales y los partidos políticos deberían promover una reforma en la que se de absoluta libertad a los medios de comunicación a organizar los debates que se les antoje y cómo se les antoje, con el único fin de dejar de ser políticamente correctos y que en un debate se presenten sólo los punteros, es decir, quienes realmente tienen posibilidades de ganar la elección.
La segunda es que los candidatos me siguen dejando interrogantes.
En orden de registro, la candidata del PAN, Josefina Vázquez, como que no contagia. No tiene transmisión, se diría en términos taurinos. No emociona.
El candidato del PRI, Alfredo del Mazo, mejoró. Pero dejó asuntos sin una explicación convincente y amplia sobre la presencia del narco en Huixquilucan.
Juan Zepeda, del PRD, fue el de mejor desempeño. El que puso la sal y la pimienta. Pero se enganchó de mas con la independiente.
El del PT, Óscar González, es la demagogia pura. Eso de construir una refinería costaría miles de millones de dinero que el estado de México no tiene ni tendrá. Y lo de que ha dado resultados es digno de una revisión de la que no sadría bien librado.
La candidata de Morena, Delfina Gómez, deja un mar de dudas. Ninguna respuesta a preguntas genuinas sobre su actuación como munícipe y, por lo tanto, a su capacidad.
Teresa Castell, la independiente, volvió a repartir regaños. ¿Quién la nombró la prefecta de todos los ciudadanos? Y lamentablemente fue clasista en sus críticas a la candidata de Morena.
Lo dicho: la camisa de fuerza de la equidad hace que los debates sean soporíferos. Una elección fragmentada como la que tenemos conduce a eso que vimos anoche. Se necesita polarizar para interesar al ciudadano. Y así no se puede.