Salvar el pellejo

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Desde que metieron al tambo a Raúl Salinas de Gortari,  no recuerdo que la entrada al botellón de un personaje político causara tal revuelo. Ni siquiera cuando se trató de la maestra Elba Esther Gordillo, en el sexenio pasado.

Pero el ingreso a la prisión de Rosario Robles Berlanga ha generado un clima de expectación de muy padre y señor mío. Seguramente es que todavía hay en el ambiente esa sed de revancha, de castigo, que llevó a centenares de personas a votar el junio del año pasado por Andrés Manuel López Obrador. Aunque hoy muchos se arrepientan de su voto.

La que fuera dirigente estudiantil en la ENEP Acatlán y en la UNAM, la izquierdista furibunda que apareciera al lado de Cuauhtémoc Cárdenas y estuviera al frente del Partido de la Revolución Democrática, hoy encarna el ánimo de venganza contra la impunidad.

Especialmente porque estuvo en calidad de intocable dos años, desde la revelación de la investigación periodística bautizada como La Estafa Maestra. Pero las evidencias en su contra y contra algunos de sus colaboradores fueron insuficientes para que el gobierno federal procediera a la investigación y el castigo. Por el contrario, se le premió y se le protegió. Hágase la voluntad de dios, en los bueyes de mi compadre…

Pero como a cada capillita le llega su fiestecita… En pleno martes 13 un juez le decretó a Robles Berlanga sujeción a proceso penal y prisión preventiva oficiosa. No sea que vuele la blanca paloma. De nada sirvió la carta que le dirigió al presidente de la Suprema Corte de Justicia para pedir un “juicio justo”, que seguramente en su ideario significaba protección y trato deferente.

El ánimo desafiante y pendenciero de su comparecencia en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, la misma petulancia que mantuvo al comparecer la semana pasada ante un citatorio legal, ya debe haber cambiado. La Rosario Robles que no tuvo empacho en militar en la maoísta Línea de Masas, luego doblarse hacia el perredismo, renegar de la izquierda y más tarde volar hacia los vientos del priismo, tampoco encontró un obstáculo para lanzar el dedo flamígero hacia el expresidente Enrique Peña o hacia el excandidato presidencial José Antonio Meade.

Aunque su exmarido, Julio Moguel, la pinte como una mujer ambiciosa, empalagada de las mieles del poder, ella —naturalmente—, se cree inocente hasta la médula. Son otros los responsables…

Del “no te preocupes, Rosario” al Enrique Peña sabía de las irregularidades. José Antonio Meade también. Y Luis Enrique Miranda Nava y Eviel Pérez Magaña. A intentar salvar el pellejo y desviar la atención, a colocar en la mira en otros peces gordos.

Rosario Robles está tras las rejas. Con tantos mexiquenses que estuvieron en el gobierno federal, no queda más que decir: Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.

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