El filósofo polaco Zygmunt Bauman postuló que la era que vivimos es una época de “tiempos líquidos”.
Las instituciones, tal y como las conocíamos, se han derretido. Pasamos de la modernidad “sólida” a la modernidad “líquida” donde las estructuras, las instituciones, los modelos que nos han servicio de marco de referencia se disuelven, dando lugar a una única certeza, la certeza de que vivimos en la incertidumbre.
Se ha separado el poder y la sociedad. El poder incluso ha cambiado de forma, dando lugar a fuerzas emergentes que ejercen una especie de supremacía en lo económico, en lo geográfico, en las prerrogativas y facultades que antes eran sólo del poer político.
De cara a la elección del próximo 1 de julio, lo vemos en el proceso electoral en México. Muchos partidos han optado por candidatos externos, pues su militancia parece haber perdido solidez. Se han vuelto volátiles las clientelas de los partidos políticos, y actúan conforme a usos, prácticas y reglas que no se ajustan a los que hemos ejecutado por años. Se renuncia a las lealtades y se olvidan compromisos.
En este entorno frágil, suelto y confuso, habrá que esperar que los órganos electorales conserven su fortaleza, estabilidad y firmeza. Que su certeza tenga peso, consistencia y verdad.
Por el bien de todos. Por la tranquilidad de todos. Que lo entiendan los partidos, las candidatos y los partidos. Que hagan su aportación a la cohesión nacional.