Cuando uno cree que los políticos no dan para más, salta la liebre.
Y no me refiero, por ejemplo, a la expulsación a velocidad de caracol que tuvieron a bien imponerle al exgobernador de Tamaulipas, Tomás Yarrington Ruvalcaba, sino a los aplausos y porras que le prodigaron a su dirigente nacional, Enrique Ochoa Reza, que ayer tuvo a bien visitar de nueva cuenta a los tricolores mexiquenses y reunirse con la “clase política”.
Hasta los más alborotados críticos de que el exdirector general de la Comisión Federal de Electricidad se convirtiera en dirigente nacional del PRI estuvieron ayer en su reunión para aplaudirle, gritarle vivas y lanzar porras a la menor provocación. Aunque hace unas pocas semanas se quejaban de la intromisión de un cuate del que decían que ni militante era… Pero no me sorprende ni tantito. Así de inconsecuentes son si está de por medio una elección como la que viviremos el año entrante.
¿Y qué me dicen del PAN? Andan por las mismas: en la rebatinga.
Desde la madrugada del lunes, dos alcaldes panistas andan de bronca porque uno clausuró un negocio del otro. Ya lo saben: los alcaldes de Naucalpan, Edgar Olvera, y Enrique Vargas, de Huixquilucan, llevaron sus ímpetus políticos hasta los terrenos comerciales, administrativos y legales.
Y se han dado públicamente hasta con la cubeta.
Aunque tampoco me sorprende, porque en el PAN acostumbran hacer públicas estas diferencias como si cualquier cosa. Al reves que los priistas, que procuran hacer creer que todo va de maravilla. ¿Sorpresas? ¡Qué va…!