Ya se ven en las calles, escuelas, comercios y oficinas públicas y privadas los adornos que caracterizan el Día de Muertos: papel picado, calaveras, velas, altares, comida, entre otros. Es la celebración tradicional más reconocida de México en el mundo y que hace que cada año vengan a nuestro país cientos de visitantes.
Por cierto, la Secretaría de Turismo espera una derrama económica de más de 37 mil 700 millones de pesos. En la capital del país, tan sólo por el desfile se estima un porcentaje de ocupación hotelera de 77.9 por ciento, con 78 mil turistas.
En la visión indígena, el Día de Muertos implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, que regresan a casa o mundo de los vivos, para convivir con los familiares y nutrirse de la esencia de los alimentos que se les ofrece en su honor. Así, en la época prehispánica el culto a la muerte era básico. Quien moría era enterrado envuelto en un petate y se organizaba una fiesta con el fin de guiarlo en su camino al Mictlán o inframundo. De igual forma, se le colocaba comida que le gustaba en vida con la creencia de que podría tener hambre.
En la actualidad la celebración del Día de Muertos va de estado en estado y de municipio en municipio pero no deja de ser la gran oportunidad para recordar o rendir tributo a nuestros difuntos.