El tiempo pasa y no podemos olvidar que Donald Trump está por convertirse en presidente de Estados Unidos, lo cual ocurrirá el próximo viernes.
Es la primera vez que un mandatario estadounidense trae abiertamente entre cejas a México y los mexicanos por la condición de ilegalidad en que miles de compatriotas radican en su país; porque le parece que buena parte de estos mismos son delincuentes y que, a la par, han absorbido empleos que les corresponden a los suyos. También claro, porque los negocios particulares que alguna vez quiso hacer en el Sur de México le salieron mal.
Preparémonos pues para escuchar el obligado juramento constitucional y después el discurso inaugural de su gobierno en el que, podemos estar seguros, se nos mencionará de algún modo.
Eso sí, habrá que ver si Trump jura con la mano puesta sobre una Biblia o si supera a Obama que lo hizo con tres Biblias, pues el presidente entrante ha alardeado de su afinidad con Dios, el mismo de quien dice, se convertirá en el mayor de sus creadores de empleos. Como si crear empleos fuera la función de un Dios y como si el gobierno generara empleos.
Trump está por ser presidente. Llega con desafecto a los mexicanos y lo mexicano pero con el orgullo de creerse un ser superior.
