Xanny y juana, mis mejores amigas… ¿O enemigas?

0
375

Por: Arantza Buitrón Barrales/Eduardo Servín Mercado 

“Comencé a consumir marihuana a los 13 años en la escuela porque veía a mis compañeros hacerlo y hablar al respecto, fui diagnosticada con ansiedad desde esa edad, era relajante para mí y se comenzó a hacer costumbre”, dijo Andrea, nerviosa y en tono bajo mientras le daba un lento sorbo a su café caliente en una cafetería local de Toluca. 

La madre de Andrea decidió “anexarla” después de haberla encontrado drogada en su casa, “como te dije, consumía xanax y para los 16 años yo ya era muy, muy dependiente de esto. Esa vez me tomé varias pastillas y alcohol medio barato porque no tenía mucho dinero, creo que la marca se llama cabrito, me da risa acordarme de la cantidad que intenté usar, el punto es que quería matarme esa vez”. 

Sin embargo, su mamá creyó erróneamente que solo se trataba de un intento por drogarse, “me encontró con la mirada perdida en mi cama y sin poder hablar bien, como que balbuceando, ella me gritaba, no recuerdo mucho lo que me dijo, creo que me dio nalgadas y patadas en el piso, luego me arrastró al baño a mojarme la cara, cuando me desperté un poco, noté que estaba una tía en la casa, me arrastraron al carro y luego me llevaron a la casa de esa tía que vivía más cerca del anexo, dormí ahí dos noches y después me llevaron, yo no me opuse porque mi mamá me daba mucho miedo cuando estaba enojada”. 

Andrea comenta que no era estrictamente un anexo, es un centro de rehabilitación, “tengo amigos hombres a los que han metido a lugares que de verdad asustan, pero en mi caso fue una casa de apoyo para mujeres, así se le decía o bueno, se le dice, sólo que no te apoyan mucho. Tengo entendido que no por parte del gobierno, así que se pasan por en medio tus necesidades básicas y como no reciben dinero del estado, la comida estaba siempre fría y a veces ya olía pasada, siempre había café que parecía más agua de calcetín, los baños rayados y con olor permanente a pipí.  Ah, y ¿saben qué sí era feo? Algunas morras de 18 o más grandes se pasaban de verga con las más chiquitas, como yo, una vez, una de las grandes me quemó con un cigarro en la pierna porque yo no quise tender su cama, mira, aquí tengo la marca de eso”, comparte Andrea mientras sube la manga de su cárdigan negra y nos muestra la cicatriz de la quemadura. 

Mariguana, una de las drogas más extendidas (Foto: Especial).

Han pasado al menos veinte minutos desde que comenzó la entrevista, la lluvia cesó y Andrea no ha probado el pastel que ordenó, no obstante, comparte con nosotros como fue que la dieron de alta de la casa de apoyo. “Como mi mamá hizo todo el trámite, no sé muy bien cómo haya sido el asunto, a mí me dijeron que iba a estar cuatro meses y al final sólo estuve tres. 

Un domingo, una señora de las que nos cuidaban, que no era enfermera o psicóloga, o algo así, la verdad no sé ni quién nos cuidaba, ahora que lo pienso me da miedo, pero bueno, esa señora llegó a mi cuarto y yo estaba fumando por la ventana, me pegó un zape y me dijo que no se fumaba en los cuartos, que agarrara mis chivas y me fuera a recepción porque estaba ahí mi mamá, supongo que se arrepintió o me extrañaba o ya no le alcanzó el dinero para mantenerme ahí”, comenta Andrea mientras se ríe de la situación y toma una servilleta para limpiarse sus manos, “y ajá, como era menor de edad supongo que no hicieron mucho por retenerme, así que otra vez estaba en la casa sin hacer nada y sintiéndome triste”. 

Para las personas que han estado “anexadas”, ese adjetivo para referirse a quienes han estado internadas en casas o centros de rehabilitación, incluso en la cárcel, el proceso de reinserción es complicado, sin embargo, para Andrea no fue así. “Miren, como no duré mucho tiempo en ese lugar y aparte estaba bien chiquita, creo que no fue una reintegración tan brusca por así decirlo, lo que sí, es que la experiencia me afectó bastante, como que al principio hasta pensé en ir a la iglesia porque creí que así iba a rehabilitarme y dejar de consumir, pero cuando acabé la prepa a los 19 porque perdí un año, empecé a trabajar y a ganar dinero y a volver a drogarme, aunque no tanto como antes”. 

Andrea no sólo se ve afectada por el uso de sus sustancias y la depresión, fue diagnosticada a los nueve años con trastorno por déficit de atención e  hiperactividad. El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo que se caracteriza por dificultades para mantener la atención, regular la actividad y controlar las conductas. 

“Desde chiquita iba al psicólogo y al psiquiatra, pero cuando se murió mi papá a mis 15 años el dinero dejó de alcanzar, de hecho, fue un año después que pasó todo lo que ya te conté, ha sido difícil sobrellevar dos trastornos que requieren medicación. En estos momentos voy al psicólogo y tengo apoyo del gobierno, pero me dan de las medicinas genéricas y no me dan todas las que ocupo, no voy al psiquiatra, que sería lo ideal ¿no?”. 

Andrea decide tomarse una pausa para ir al sanitario, se levanta de su asiento y se dirige al sanitario, las botas con plataforma que lleva puestas la hacen ver demasiado alta, después de unos minutos regresa, toma asiento, coge el tenedor y come un pedazo del pastel mientras comparte su experiencia al momento de relacionarse con otras personas. “Es difícil no depender de las personas a las que quiero, me cuesta entender que no necesito de ellos, a veces siento que mis parejas sustituyen la coca un rato, me hacen sentir feliz, a veces hasta dejo mis medicamentos por un tiempo, sé que al ser consciente debería ser más fácil no hacerlo, pero es complicado. El punto es que me aburro muy fácil, vuelvo a consumir, ellos me dejan, siempre me dejan ellos, y yo vuelvo a buscar a alguien que me haga feliz, lo estoy diciendo de forma muy egoísta pero muy honesta, así suelo relacionarme porque no sé estar sola, no me soporto a veces”. 

Come otro pedazo de pastel, se le nota agobiada, aunque decide continuar. Ella comenta que vive sola, sin embargo, no está acostumbrada a estar completamente sola. “Como te digo, me cuesta estar sola así que suelo buscar a alguien que me ayude un poco, aunque sea en comprar comida de vez en cuando a cambio de una relación medio estable y un lugar donde dormir, siempre busco gente con problemas, es mi tipo ideal, es enfermo, pero me siento comprendida”. 

Andrea tiene empleo, aunque le es difícil sobrellevarlo, “mis jefes siempre piensan que soy muy torpe o estúpida, me lo han dicho con palabras más groseras, pero no entienden que tengo TDAH, aunque les explique mil veces, para ellos es solo retraso, por eso nunca duro mucho en los trabajos. Igual, a veces me dan episodios depresivos fuertes y dejo de asistir unos días y ni modo que me reciban tan fácil, me corren por esas cosas igual. Ahora mismo estoy trabajando en una panadería cerca de mi casa, estoy feliz e intento ahorrar para comprarme un celular, ahorita no tengo y mi novio me presta el suyo para escuchar música y contactarme con los demás”. 

Andrea termina de comer el pastel, se toca el cabello, bosteza y se muerde el labio inferior, señal para terminar la entrevista. Antes de irse comparte que se siente en un constante sube y baja de emociones, pero está bien, se encuentra agradecida de estar viva, “ahorita me siento bien, mañana puedo estar triste, pasado mañana puedo no estar, pero no porque no quiera o lo decida, cosas pasan y mientras esté aquí pues voy a aprovechar. Por el momento, mis únicos planes son comprar un celular y poder pagarme la terapia y los medicamentos, los necesito mucho y pues ser feliz, eso quiero”.  

Comentarios

comentarios