Cosmopolitas

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Cuando yo era niño, la música ranchera tenía cartel. La industria musical giraba alrededor de la instrumentación de violines, vihuelas y trompetas, pero también lo hacía la convivencia y las actividades cotidianas. No había casa donde no hubiera algún long play —o acetato— con los éxitos del momento, es decir, los de antaño. Era cosa común y corriente que los cantantes más popof de la época grabaran con mariachi, porque el público lo demandaba.

En los saraos más variados, los mariachis tocaban música de todas las clases, desde el rocanrol hasta el vals más exquisito, pasando por el danzón y el chachachá. Convivía el guitarrón con las estrellas más fulgurantes de la música. Sus variantes, con acordeón, metales o cuerdas, también estaban en el gusto musical de las mayorías.

Hasta que un buen día la música ranchera pasó a ser cosa pueblerina. Las estaciones de radio dejaron de tocarla, en las casas desaparecieron los discos de música ranchera, pasaron a ser pieza de museo o se tocaban solamente cuando ya había unos cuantos borrachines de por medio. El estatus de los que prefieren las rancheras, norteñas, banda, sones, danzones y un largo etcétera pasó a la escala más baja de las preferencias musicales.

Si quieres brillar en sociedad, es políticamente correcto esconder que te gusta la Banda MS o que tu play list —nótense los anglicismos— incluye a Javier Solís, Gerardo Reyes, Carlos y José o El Trono de México. Porque los tiempos cambian y aunque hijos del nopal, somos cosmopolitas.

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