El señor desnudo

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Lo que le pasa al Nevado de Toluca es una verdadera desgracia. O como diría el nuevo clásico toluqueño Martinoli, una vergoña.

Ahí está el Nevado, todo pelón, sin nieve, con lagunas medio secas, y ahora escenario de la inseguridad, para escarnio del estado de México y en especial del valle de Toluca.

Lo que no tiene nieve ya no es novedad, aunque de cuando en cuando se cubra del manto blanco que le dio nombre al volcán también conocido como Xinantécatl, Chicnauhtécatl, Nro’maani Nechhútatá o Tastobo, según la lengua indígena de que se trate —investiguen, mis estimados cuatro lectores, porque no encontrarán de qué se trata el asunto en las siguientes líneas—.  Y las lagunas del Sol y la Luna, cada vez tienen menos agua.

Todo el mundo sabe que tenemos pocas cosas que ofrecerle al turismo en esta porción de la “prepotente existencia moral”. Y esas pocas cosas las echamos a perder con una facilidad pasmosa. Como dicen en mi pueblo: ser tan poco el amor y desperdiciarlo en celos.

Porque en este valle de Toluca tenemos atractivos para el turismo, pero los que resultan conocidos se cuentan con los dedos de la mano. El Nevado de Toluca es uno de ellos.

El robo y secuestro ocurridos el domingo no se van a remediar tan fácil. Se nos olvidará pronto, porque los mexicanos tenemos memoria muy corta y de teflón, pero ahí quedará para la fama pública de nuestro estado. Cuando alguien hable del Nevado de Toluca en el ya cercano invierno, inevitablemente saldrá a relucir el caso del actor Alejandro Sandí y del empresario francés Frédéric Michel. Cuando le busquen en San Google ahí estará el incidente. Se olvidará, desde luego, pero quedará en calidad de cicatriz indeleble, como el daño que ha resentido por años la otrora montaña sagrada.

Esta, vinculada con la impunidad. Es cierto que los secuestrados fueron liberados —según una versión periodística después de haber pagado 30 mil del águila—, pero sin detenidos ni idea de quiénes cometieron el secuestro y el robo de dos camionetas. O peor: a sabiendas de qué grupo cometió ambos delitos, porque funcionarios del gobierno del estado de México han reconocido que tienen detectado el robo de vehículos en la zona. La bendita impunidad.

La misma que ha permitido la tala en las faldas del Nevado, el fraccionamiento de terrenos, la conversión de hectáreas de bosque en zonas de pastoreo o de cultivo de papa, la desaparición de especies animales, y desde luego la comisión de delitos, porque no es la primera vez que ocurre un asalto de esta naturaleza. Hasta se ha olvidado que en algún momento se aseguró —como siempre, con harta juerza en las declaraciones— que se iba a impedir el paso de vehículos a la parte alta del volcán.

En el lado contrario, los esfuerzos por proteger la flora y fauna son aislados. En el mejor de los casos, con el resultado de que no haya un deterioro mayor al que ya ha sufrido el Nevado de Toluca.

Y ni hablar de eso que llaman “detonar” el turismo. Los servicios son más bien pobres y los productos de turismo de aventura no han estado exentos de episodios de inseguridad.

Del Xinantécatl, el historiador Javier Romero Quiroz decía que debía ser llamado “El Señor Desnudo”, otros autores decían que debía ser “El Señor Descarnado”. Sean peras o sean perones, lo que ha quedado desnudo es que la criminalidad se aparece donde sea, hace de las suyas y nos deja con esta sensación de desamparo.

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