Quiero creer que cuando el Instituto Nacional de Estadística y Geografía dice que el estado de México tiene la mayor cifra de casos de corrupción por cada 100 mil habitantes, se trata de un hecho que se deriva de la tasa de población de la entidad. Estamos hablando de 16 o casi 17 millones de mexiquenses.
Aunque el dato, que enseguida consignaré, no es menor.
Se trata de 62 mil casos de corrupción por cada 100 mil habitantes. Lo que, si las cuentas no me fallan, significa que 62 de cada 100 mexiquenses han sido víctimas o participantes de algún caso de corrupción. Y esos son muchos mexiquenses y una percepción muy elevada de la incidencia de actos corruptos en esta entidad de la república.
Vale la pena decir que la Encuesta Nacional de Calidad de Impacto Gubernamental muestra que la población mexicana cree que la corrupción es el segundo peor mal de este país. El primero es la delincuencia y la inseguridad. Aunque para muchos van de la mano.
9 de cada 10 mexicanos creemos que la corrupción es frecuente o muy frecuente. Y que la policía es la institución mas corrupta. De ahí el vínculo inseguridad-delincuencia-corrupción. Además de que la corrupción imperante en los poderes Ejecutivo y Legislativo es el obstáculo por el que no se aprueba el Sistema Nacional Anticorrupción.
El caso es que en el estado en el que vivimos, existe la certeza de que la corrupción es terrible. Fomentada desde las altas esferas. Y mientras de manera consistente no se vean caer cabezas o se detengan delincuentes, lores o servidores públicos manchados por la corrupción, seguiremos pensando lo mismo.