Estoico

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Como lo saben perfectamente mis cuatro lectores, soy aficionado del Cruz Azul.

Sí, uno tiene muchos defectos. Nadie es perfecto. Ni siquiera los que le van al Manchester City, al Barcelona o al Chacaritas Juniors. Uno más de los míos es irle al Cruz Azul en las malas y en las peores.

Como la del fin de semana, en el que de un tres goles a cero el equipo terminó en una ominosa derrota de cuatro goles a tres. Y con el América, que con cualquier marcador es una mancha en el honor.

La verdad es que llevo con mucha paciencia, resignación y entereza ser aficionado del Cruz Azul.

Permítanme decirles que no es cualquier cosa: ayuda a formar el caracter ante la adversidad y el dolor. Lo convierte a uno en un ser estoico, sereno ante la desgracia. No cualquiera aguanta más de 18 años de ser la burla de propios y extraños —salvo que seas del Atlas—.

Irle al Cruz Azul me ha permitido sobrellevar las sucesivas crisis económicas, la devaluación del peso, las tragedias de Ayotzinapa y Tlatlaya, la visita de Trump… Y hasta aceptar que el neologismo verbal “cruzazulear” debería estar ya en el diccionario Academia o en el Pequeño Larousse —como puerta der entrada, claro, al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española—.

Yo ya no me hago ilusiones con las contrataciones y menos aún de campeonatos. Muy adentro me alegro de las victorias y veo las derrotas con cierta irritación. Pero no quemo camisetas ni lloro de manera espectacular. Eso lo hice en la temporada 1986-1987.

Hoy, soporto estoico las tarugadas del equipo.

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