Los mexicanos somos un pueblo bárbaro.
Lo digo en la connotación de “tremendo, enorme, increíble, extraordinario” —la otra connotación es bestial, inculto, salvaje, rústico. A esa no me refiero—.
Y lo afirmo con absoluta certeza porque de un día para otro pasamos de no leer nada… o cualquier cosa, a leer 5.3 libros por año, de los que tres libros y medio los leemos por gusto.
La lectura es la quinta actividad preferida para pasar el tiempo libre de los jóvenes de entre 12 y 29 años. Ni la internet le gana a la lectura, así que leer el feis no cuenta para los resultados de la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015 que divulgó hace un par de días el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Si nos atenemos a los datos de Conaculta, el promedio es de un libro cada 10 semanas.
Eso sí, no sé de dónde sacan el tiempo los jóvenes mexicanos para leer.
Porque entre las 6.08 horas diarias que le dedican a conectarse a internet —según el estudio de Interactive Advertising Bureau México—, además de las horas de sueño y de trabajo, las que se dedican a la televisión —que sigue ocupando el primer lugar de entretenimiento—, a practicar deporte, escuchar radio y música, y convivir con familiares y amigos, no sé si les quede tiempo para otras actividades.
Y menos entiendo el cambio radical de comportamiento. Sería sensato si fuera paulatino, pero fue de la noche a la mañana: una juventud lectora y por lo tanto informada y capaz de decidir. Un pueblo empapado de conocimientos.
Nomás nos falta demostrarlo.