Antes pensaba que la planeación de las actividades gubernamentales estaba a cargo de un grupo de señores con cara de eremitas. Que entre citas a filósofos griegos de la antigüedad y pergaminos con olor a cuero curtido, delimitaban y sugerían lo que debían hacer los gobernantes y funcionarios públicos del más alto nivel, a los que además les confeccionaban piezas de oratoria redactadas escrupulosamente, con citas extraídas de los incomprensibles pensadores alemanes y a partir de las teorías de la Escuela de Toronto.
Esos señores, de luengas barbas y cabellos enmarañados tomaban decisiones motivados por un espíritu de estadistas. Creían que podían llegar a aportar ideas para un nuevo Prometeo o cuando menos un Churchill tropicalizado.
Después me di cuenta de que no. Que sí había señores de esos en la administración pública, pero que habían perdido cartel. Que todavía los escuchaban en algunos lugares y que en otros ya se prefería a relamidos neoliberales con aire —sólo con aire— de los Chicago Boys.
En la actualidad empiezo a creer que las decisiones se toman apresuradamente, entre los chistes de los cotorros del TikTok o de un baile repetido hasta el cansancio, mientras se observa algún video hilarante en Instagram, o una colección de gatitos de Facebook y los infaltables memes de Twitter. Y que quienes elaboran o sugieren las políticas públicas están seguros de que Parménides de Elea es un luchador de la WWE y que Adorno es un cuate que aparece en un meme incomprensible.
No es que los anteriores fueran más atinados y los de ahora menos sagaces. O al revés. Lo que sucede es que su visión del mundo es menos extensa. Tienen una aparente agnosia visual —bonita expresión dominguera del arriba firmante—, que les impide percibir las consecuencias de algunas de sus decisiones.
Ahí está, por ejemplo, el despiporre que lograron la semana pasada en el Paseo Tollocan cuando en vez de terminar las obras de repavimentación a la hora prevista, las cinco de la mañana, terminaron hasta el medio día. Aquello fue un auténtico pandemónium. Un trayecto que en automóvil puede tomar un cuarto de hora —o menos— llegó a requerir una dosis de paciencia equivalente a dos horas. Aquel motociclista que en condiciones normales destina cinco minutos a un trayecto de un par de kilómetros llegó a emplear media hora.
Todo, gracias a que un cuate detrás de un escritorio —eso no se ha alterado en mi imaginación—, o un grupo de “notables” alrededor de una mesa, deciden sin empatía ni consideración y mucho menos preocupación por el día a día del ciudadano de a pie. En el caso que señalo, que los operarios de la repavimentación se tomaran todo el tiempo necesario para terminar, al fin que se trabaja al amparo de aquella frase que dice que las molestias son temporales y los beneficios permanentes… en otras palabras: se aguantan porque se aguantan. Mucho me temo que será igual en las obras que en este valle de Toluca se acometerán en la vialidad Las Torres…empezando porque los letreros que advierten de los cierres intermitentes tienen un tamaño de letra que obliga al uso de un catalejo o sus equivalentes.
No vamos de mal en peor. Simplemente es el desapego de la administración pública. Su burbuja que les impide aterrizar y comprender.