La carrera por la gubernatura del estado de México será una carrera de resistencia.
La acaba de abrir Morena y aunque no es necesario que todos los interesados empiecen el recorrido ya, entre más tarde se incorporen más ventaja les llevarán quienes se anotaron desde el primer día.
Seguramente los y las interesadas ya lo saben. Tampoco es el fin del mundo. Últimamente las carreras por los puestos públicos son prolongadísimas. La del presidente López Obrador, por ejemplo, duró la friolera de 18 años. La del recientemente electo gobernador de Durango fue de al menos seis años. La del actual gobernador de Nuevo León estuvo vigente una década.
Eso sin mencionar los recorridos en la vida pública de todos y todas y cada uno y cada una —nótese el lenguaje inclusivo del arriba firmante— de quienes han sido mencionados y mencionadas como posibles aspirantes y aspirantas. De quienes hasta ahora tenemos conocimiento, el y la que menos andadura tiene debe andar por las dos décadas.
Mas no se trata de referirse a las carreras de las interfectas y los interfectos. Tienen lo suyo, sus méritos y sus deméritos.
Lo que quiere decir el arriba firmante es que desde ahorta tendremos, hasta en la sopa, la competencia por la gubernatura del Estado de México. O lo que es lo mismo: la polémica, la crítica, el ataque, el chisme, la propaganda —de todos los colores— y el hallazgo de los defectos de los adversarios, que hasta ahora habían pasado desapercibidos.
La carrera de resistencia entraña que nuestros políticos, funcionarios y servidores públicos —mujeres y hombres, unos de bien y otros no— se enfoquen durante los próximos meses en la competencia. Consecuentemente, echarán por la borda las responsabilidades por las que les pagamos los contribuyentes.
Lo que el arriba firmante les quiere decir a los wanabis, es que si les interesa ser candidatas o candidatos de sus respectivos partidos políticos a la gubernatura de Estado Libre y Soberano de México deberían dejar de simular, y renunciar o pedir licencia —lo que les corresponda— y dedicarse en cuerpo y alma, con su propia marmaja, a conseguir la anhelada candidatura. Es cuanto.
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Dice el filósofo Fernando Savater que hay un movimiento sentimental que se compadece de los animales y los ha convertido a todos en víctimas del hombre. Hasta los más temibles, como el leon, el tigre de Bengala, el tiburón blanco o la venenosa mamba negra “se han convertido en pobres animalitos”.
En esa corriente se inscribe la decisión de prohibir las corridas de toros en la Ciudad de México. El arriba firmante, que es un estólido taurino, admira al toro de lidia y su bravura, su imponente bufido y su fortaleza. Se estreme cuando el bestial trote arremete y encuentra el engaño del ingenio humano. No es folclor, es lucha. En las corridas de toros hay códigos de honor. Hay un ejercicio de libertad, que como pasa con otras expresiones humanas, tienen el rechazo y el disgusto de muchos, pero no por eso se prohiben.
Entiendo que las corridas de todos pertenecen a otra época. Que ahora le importan a unos poquísimos y son mal vistas por una mayoría. Tal vez tendrán que evolucionar hacia los festejos incruentos o hacia los espectáculos de recortadores. ¡Qué se le va a hacer!