En la lógica de la lucha por el poder

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La historia la escriben siempre los ganadores. La historia de México está dividida en dos bandos: buenos y malos. Se llamaron criollos y peninsulares. Insurgentes y realistas. Liberales y conservadores. Revolucionarios y federales.

Siempre en blanco y negro, aunque siempre haya habido matices. Incluso, en la historia precortesiana en un lado estaban los aztecas y del otro lado el resto de las naciones indígenas —no en balde se nos conoce como el país azteca, aunque aún existan docenas de grupos indígenas distintos a los mexicas—.

Ahora los bandos se llaman fifis y chairos. Ignoro cómo los conocerá la historia y quién la escribirá, pero la sempiterna división persiste y se recrea. El propio presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, la alienta. Mientras tanto, ¿quién se ocupa de nuestro futuro?, ¿del inminente cambio en los mercados laborales, donde cada vez es menos relevante la mano de obra barata, como la mexicana?, ¿de la revolución tecnológica o del colapso ambiental en ciernes?, ¿de administrar la indignación más allá de capitalizarla con intereses político electorales?, ¿de la reconformación del sistema educativo para formar a los profesionales que demandaremos en unos años?, ¿de intuir las habilidades que serán necesarias para convivir con la inteligencia artificial y los algoritmos que ya conducen parte de nuestras decisiones?

Hasta ahora, el gobierno federal ha preferido encauzar sus esfuerzos en calificar y descalificar. En culpar, pero sin llevar a juicio real y material, a sus antecesores. Pero sus adversarios tampoco son mejores, pues se han empeñado en formular una sentencia sumarísima. Ambos en la lógica de la lucha por el poder.

Aquí y ahora. Aunque el futuro no espere.

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