Lo de los candidatos independientes es una pachanga.
Que se va a acabar cuando varias docenas de ellos no logren reunir las 866 mil y pico de firmas que son requisito sine quan non —nótese que el arriba firmante les maneja frases hechas en latín— para pasar a la siguiente etapa de la competencia por la presidencia de la república. Porque no se trata de ir con los vecinos y convencerlos de firmar, sino de reunir un promedio diario de 7 mil firmas de al menos 17 distintos estados de la república. Y me van a perdonar, pero la capacidad para conseguir casi mil firmas por hora laboral no la tiene cualquiera.
Así que quedarán unos cuantos, no más de media docena, que realmente tienen capacidad económica y logística para competir.
Y si aparecen en la boleta electoral, le harán un favorsote al gobierno federal y a quien sea su candidato, pues de tener una elección polarizada, en la que había que escoger entre el candidato A y el candidato B, ahora tendremos del candidato C al candidato H, en el mejor de los casos. Una baraja amplia de candidato que favorecería a quienes tienen capacidad de hacer campaña en todo el país, recursos para movilizar a sus simpatizantes —o a las fuerzas vivas, que no es lo mismo— y enlaces para hacerse escuchar en los medios masivos de comunicación.
Aunque me digan lo contrario, la presidencial será una elección entre partidos. En los distritos y los estados puede ser distinto, pero en la elección presidencial, los independientes son la mejor expresión del “divide y vencerás”.