Ustedes, mis estimados cuatro lectores, me van a disculpar la sinceridad y candidez. La falta de disimulo que sigue en el siguiente enunciado: Toluca está abandonada.
Sé que algunos de ustedes coincidirán de inmediato con el concepto del arriba firmante. También que otros me llevarán la contraria por el solo hecho de que les caigo como patada de mula —como diría el clásico—. Unos y otros, todos sabemos que la capital del estado de México vive al garete.
Antes de saber a qué me refiero, dos que tres estarán pensando en que no valoro ni me doy cuenta del rescate que se ha concretado en algunas porciones de la capital mexiquense. O los esfuerzos particulares por ofrecer productos y servicios de primer nivel. Sí, desde luego que reconozco los cambios para bien.
Cuando me refiero al abandono, no expreso una idea en la que solamente haya una responsabilidad del gobierno en turno y de las anteriores administraciones municipales. Por supuesto que existe. Me refiero a eso y también al hecho de que quienes vivimos y convivimos en Toluca hacemos poco por nuestra ciudad. Y agrego el poco cariño que le demostramos los mexiquenses a nuestra ciudad capital.
El gobierno tiene cosas por hacer, desde luego. El estatal y el municipal. La sociedad tiene pendientes. El ciudadano de a pie y las organizaciones no gubernamentales están en la misma circunstancia.
¿Cuántas veces hemos escuchado que en Toluca no hay nada qué hacer ni qué ver? Es una constante menospreciar a la ciudad, sus espacios, sus atractivos, su gastronomía y su gente. Una actitud de propios y extraños.
Si alguna vez hubo un interés de que la ciudad descollara —porque lo hubo— se fue acabando entre la indolencia y la conveniencia personal y de grupo. Las organizaciones que alguna vez pugnaron por una mejor ciudad, se fueron desmoronando. Las que aún persisten, lo hacen sin recibir el eco que merecen y con poca respuesta. Las decisiones gubernamentales se perdieron entre el resquemor ideológico que interrumpió procesos, acciones, programas y planes. Cada gobierno ha querido dotar a la ciudad de una identidad que refiera al gobernante en turno, en vez de mantener una idea o una imagen uniforme.
Así se han difuminado proyectos como el de la Orquesta Típica de la ciudad. El de un sistema de bicicleta pública. El de un sistema de movilidad. El de un festival musical. A veces no siquiera sabemos qué fue, qué es Toluca o menos que quiere ser. Tampoco se recuerdan sus hermanamientos. Las organizaciones que defendían algunos espacios emblemáticos también se derrumbaron. Algunas que existen prefieren el silencio, porque temen perder quién sabe qué consideraciones.
Mas no es responsabilidad exclusiva de los gobiernos. A Toluca no hemos sabido defenderla de la forma en la que la han esquilmado quienes podían tomar decisiones y utilizaron el poder para servirse. Pocos se enorgullecen de la ciudad de Toluca. Pocos le demuestran cariño en actos pequeños, simples y sencillos que construyan un mejor lugar.
Y no, no se trata de que hacer discursos amorosos. Se trata de acciones. Todos sabemos dónde y cómo le hace falta cariño a Toluca.