En este país llamado Estados Unidos Mexicanos vamos de escándalo en escándalo. Y de un golpe al bolsillo al otro con una facilidad pasmosa.
Tanto así que ya no nos asusta ni el mismísimo demonio. Estamos tan acostumbrados a ir de susto en susto, que cualquier cosa ya nos parece normal.
Se dejan ver actos de canibalismo en algunos videos —con fines propagandísticos, parece—, malandros corretean a militares, los lores y las ladys se reproducen por doquier, el primer mandatario defiende los derechos de esos humanos dóciles y mal entendidos que son los criminales, los asesinatos de mujeres se vuelven cosa cotidiana, lo mismo que las desapariciones, y eso sólo por mencionar sólo algunas referencias recientes que se van sucediendo las unas a las otras, dejando tras de sí el olvido de los alborotos previos.
¿Hay alguien que se acuerde del señor Lozoya o de la señora Robles? ¿O de la casa del hijo del presidente? ¿De la marmaja que recibió uno de los hermanos del presidente de un exfuncionario del primer círculo presidencial? ¿O del bodorrio del que fuera jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera? ¿Y qué me cuentan del proceso penal en contra del gobernador de Tamaulipas? ¿Alguien sabe qué fue de los difuntos de San José de Gracia, eso de los que hubo videos pero no cuerpos?
Vamos del estrépito de un caso al ruido mediático del siguiente.
Y de preocupación en preocupación. Antes, embebidos en la pandemia de Covid-19, ahora en la inflación galopante, no nos alcanza el resuello para reponernos de tantos asuntos bullangueros y alborotadores.
Al mismo tiempo, cada vez menos alterados. O más impasibles. Cada vez más curados de espanto. Imperturbables ante la tormenta. Como diría el himno mexiquense, “en la pena, sufridos y estoicos”. Ya no nos asusta ni el petate del muerto y la caja china —que resuena y resuena todas las mañanas— nomás nos causa gracia.
Ahora, el arriba firmante también se permite decir que nos sobresalta más el precio del kilo del mango petacón, que las acusaciones públicas contra el fiscal general de la república. O la posibilidad de que debamos hacer una verificación mecánica bianual de nuestros automotores, que la amenaza de una hepatitis cuata que anda rondando el mundo. Ni hablar de la invasión rusa en Ucrania, porque parece tema olvidado —menos para los que pusieron banderitas ucranianas en sus perfiles de redes sociales y olvidaron cambiarlas—.
En buena medida, la falta de filtros —y por lo tanto, que la informaciós nos llegue en bruto— ha originado este fenómeno. Y la falta de directrices en los más altos niveles, en donde pareciera que la improvisación es lo que impera.