Por si ustedes, mis informados cuatro lectores, no lo sabían, el Estado de México se hizo chiquito.
Así es, la prepotente existencia moral, la prístina cuna, o como gusten ustedes calificar a este terruño —que algunos nos vio nacer y que a otros, pródigo, los ha alojado—, ya es más pequeño.
Esta vez no cedimos territorio para que se creara otra entidad federativa, como ya ocurrió para que naciera el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, o Guerrero, Morelos e Hidalgo. No fue otra de las mutilaciones. Esta vez perdimos población.
Somos un titipuchal, a nadie puede caberle duda. Pero de un plumazo, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía hizo que el Estado Libre y Soberano de México perdiera un millón de habitantes.
El arriba firmate ignora si este grupo tan número de mexiquense se metió debajo de la alfombra, está detrás de la puerta, fue abducido por extraterrestres o se hicieron polvo con el chasquido aquel de Thanos —el de Marvel—. El caso es que de los 18 millones 162 mil mexiquenses que éramos hasta antes de que se entregaran los resultados del Censo de 2020, pasamos a 17 millones 104 mil. Se evaporaron de un plumazo. De un teclazo. O se borraron de alguna base de datos.
Así que algunos de nosotros no existimos —ciertamente, el arriba firmante tenía cierta sospecha sobre su existencia—, aunque no nos hemos dado por enterados.
Los malabares estadísticos del Inegi, que como dice una cosa dice otra, tienen un costo financiero. Aunque ese es un asunto que se está litigando en los tribunales y es cosa del gobierno, puesto que están de por medio como 4 mil millones de pesos.
Al arriba firmante lo que le preocupa de fondo es saber si el Inegi lo tiene en la hoja de cálculo de los inexistentes. De los que eran y ya no son. ¿Somos todos los que estamos o estamos todos los que somos? No somos todos los que estamos ni estamos todos los que somos. ¿O cómo era?
Eso sí, el Estado de México se distingue. Ningún otro estado de la república mexicana se puede dar el lujo de perder población y seguir siendo un mundo de gente. Si el Inegi le quita un millón de habitantes a Tlaxcala o Nayarit o Zacatecas, aquellos lares se convierten automáticamente en la definición del despoblado.
El asunto es que el fenómeno que trajo consigo el registro del Inegi es completamente anormal. La población crece siempre. A menos que haya una guerra o una mortífera epidemia. Y sí, epidemia hay, porque la Covid-19 entra en esta clasificación, pero en toda la república mexicana han muerto 291 mil personas; y en el estado de México, 40 mil.
Que nos devuelvan ese millón de mexiquenses que el Inegi perdió. O que no sabe dónde puso. No estamos como para perder más gente así nomás porque sí.