Hace menos de tres meses que todos en el estado de México estábamos de plácemes por la decisión de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la Unesco, de designar patrimonio de la humanidad al Acueducto del Padre Tembleque.
Acueducto por aquí y por allá. Todos felices y contentos con la obra de infraestructura que se echó a cuestas el fraile Francisco de Tembleque hace cinco siglos, una obra que la Unesco no dudó el calificar como “la obra de ingeniería hidráulica más importante construida durante el virreinato en el continente americano”.
Pero tal parece que el gusto nos duró muy poquito, porque leo en el diario Excélsior algo que ya sabíamos: que no hay infraestructura para atender a los turistas. Y algo peor: que no hay presupuesto ni para la restauración del Acueducto del Padre Tembleque y menos para su necesario mantenimiento.
Es decir, que el centenario sistema hidráulico seguirá ahí, de pie, si así lo permiten la milenaria mezcla prehispánica de cal, agua, baba de nopal y miel de abeja.
Porque lo que es lana para atender su natural deterioro, no hay.
Aunque el gobierno sí tenga dinero para otras babas de perico.
Lo dije hace muchas semanas: los recursos para el mantenimiento de las obras públicas, jardines, parques, escuelas y un largo etcétera normalmente no existen en los presupuestos.
El caso del acueducto de marras no me extraña: hay muchas cosas que siguen pegadas y funcionando porque los particulares así lo quieren. Y por la baba de nopal.