Se hacen guajes

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Antiguamente el calendario de las estaciones del año estaba bien marcado por festividades religiosas: era de conocimiento público que la época de lluvias comenzaba con la fiesta de San Isidro Labrador. La conseja popular decía: “San Isidro Labrador, quita el agua y pone el sol”. Y los aguaceros terminaban en octubre, con el célebre “cordonazo de San Francisco”.

Pero ya no es así. El clima se ha vuelto caprichoso y voluble. Ya no podemos marcar la estación lluviosa  por las fiestas religiosas.

Lo que sí podemos hacer es encomendarnos a todos los santos y santas del cielo, porque lo que resulta inmutable es la falta de capacidad gubernamental para gestionar las consecuencias de las lluvias —de prevención ni hablemos—. Algo emparentado con la negligencia y la incompetencia.

Porque las inundaciones se han vuelto cosa de todos los años en los mismos municipios, las mismas colonias y las mismas calles.

El arriba firmante ya sabe que algunos dirán, en defensa de la ineptitud, que la naturaleza no tiene palabra. Que no hay defensa contra algunos fenómenos naturales. Y en algún sentido tienen razón, con la salvedad que esos fenómenos naturales son anuales y debería haber acciones para evitar sus efectos graves.

Por ejemplo: cada año ocurren varios encharcamientos e inundaciones en San Mateo Atenco. Los afectados lo saben y han tomado medidas, subiendo la altura de sus banquetas, poniendo diques en las puertas de sus domicilios o negocios, construyendo muy por encima del nivel del terreno. Los gobiernos, en cambio, se hacen guajes y confían en que las lluvias no sean tan inclementes; el resultado: calles inundadas e intransitables, filtraciones que causan daños y gastos para recuperar bienes o simplemente para bombear el agua.

Y claro, los intentos de explicaciones, como aquello de las “lluvias atípicas”, como si hubiera alguna especie de conciencia de las lluvias. O como si un poder divino —Tláloc, siempre— señalara con su dedo relampagueante un punto específico de la geografía mexiquense para descargar su ira en forma de tormenta, tromba o “lluvia atípica”.

O aquello de que las inundaciones son producto de la basura en las calles, para culpar indirectamente a la gente. Y sí, hay gente sucia e irresponsable. Y sí, en buena medida las inundaciones ocurren por la basura en las calles. Nomás que ir a barrer las avenidas y mantenerlas limpias es una responsabilidad gubernamental, como lo es también sancionar a quienes tiran sus desechos en la calle o los dejan amontonados en parajes de todos conocidos.

De haber permitido asentamientos humanos en zonas proclives a las inundaciones ni hablemos.

Así que a encomendarse a todos los santos y santas del cielo, con el milagriento de San Cuilmas El Petatero a la cabeza, a ver si nos hacen el milagro de que nuestras autoridades se hagan responsables de los que les toca —incluso de lo que ya vimos que no hicieron—… porque la época de lluvias apenas comienza.

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