Tan cerca y tan lejos

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Dejo que el carro ruede mientras vigilo la aguja que marca el combustible, con el temor de que siga bajando por debajo del medio cuarto que marca desde la tarde de ayer. Es la baja de un puente en Paseo Tollocan, así que confío en que la inercia me arrastre unos metros y me hago la ilusión de que estoy ahorrando gasolina.

Ya apagué el aire acondicionado y también la música. Se escucha a los pocos vehículos que hay en circulación. Nadie pita. Nadie te echa las luces. La incertidumbre se traduce en una especie de respeto sordo. Avanzo en medio del silencio de intriga, que se rompe con la maniobra de meter la velocidad y volver a acelerar, vigilando de reojo que la aguja siga marcando que hay combustible en el tanque. Mi mayor temor es el foco que indique que estoy a punto de quedar con la gasolina suficiente.

Nadie sabe a ciencia cierta dónde hay gasolina. Nadie tiene la certeza de cuándo habrá combustible suficiente. Nadie sabe cuál es la siguiente gasolinera que abrirá y menos cuánto durará abierta la que está abasteciendo de combustible.

He estado formado en tres gasolinerías distintas en los últimos dos días. Pero la gasolina siempre se acaba antes de que me acerque a las ansiadas bombas y al preciado combustible.

Acelero despacio. Dejo que el auto avance con el motor encendido. Mis ventanas abajo y un hombre con garrafón en mano dice: “¡ya cerraron!” ¿Ya? Debo haber puesto una cara de asombro enorme, porque el hombre sonríe. Estoy a menos de una cuadra de la gasolinera. Miro a mi alrededor sin encontrar la respuesta en el aire. Veo por el retrovisor que el conductor que me ha seguido en la última hora y media tiene la misma interrogante en la cara. Uno más, cabizbajo, arrastra los pies con garrafón en mano. ¿Será verdad? El tercero es un hombre mayor de nariz ancha que se aferra a un diablito en el que transporte un bidón algo más grande, así que sacó la cara por la ventanilla: ¿Ya cerraron?, pregunto. “Sí”, me dice sin traslucir ningún sentimiento. “Dicen que hasta el sábado a las 4 o 5 de la mañana”, explica y se aleja en la calle de Hidalgo, empujando su inquietud por la acera.

¿Huachicolazo… gansolinazo?

Cuando comenzó la escasez de combustible tenía poco menos de medio tanque de gasolina. Mis recorridos son cortos, así que confíe en el rendimiento de mi auto compacto y también en que la crisis se resolvería pronto. Ya en Toluca vivimos una parecida en el segundo día de la administración de Andrés Manuel López Obrador, así que no había de qué preocuparse.

Esta mañana el presidente repitió que hay un sabotaje en el ducto que va de Tuxpan a Azcapotzalco. Que hay gasolina. Mientras el auto avanza, pienso si este episodio será conocido por la historia como “El Huachicolazo” o si quienes lo bautizaron como “El gansolinazo” llevarán mano. Ya no dejo el motor encendido. Quiero aprovechar la declive pronunciada, voy con el freno de mano listo y con la esperanza de que esta vez habrá suficiente combustible para todos.

Vigilo de paso al taxista de pelo corto que va con el walkie talkie en la mano y hace unos minutos dejó entrar a la fila a otro taxista. Debe saber algo que el resto de la fila desconoce. Por eso cuando en el carril en sentido contrario aparece otro taxista que grita que “ya no hay gasolina”, miro al auto compacto del rechoncho trabajador del volante. Su taxi sigue ahí.

La gasolina me alcanza para subir la cuesta que comienza en el Paseo Matlazincas. Me pica el recuerdo de un kilómetro atrás y el colérico guardia de seguridad que quería impedir que la fila se formara frente a las instalaciones públicas que vigila. Eso me distrae hasta la próxima curva; allí miro al retrovisor y los taxistas han desaparecido. Dos carros adelante de mí, se acercan a la X-Trail dorada dos jóvenes con garrafones en mano; la conversación dura unos segundos y el conductor de la camioneta sale de la fila. No necesito esperar más: ¿Ya cerraron?, pregunto apuntando con la vista a la ya cercana gasolinera. La respuesta es afirmativa.

Antes de que el tiempo avance, sigo el ejemplo. Tan cerca y tan lejos, otra vez.

Me quedaría formado, pero el trabajo, con reloj en mano, me espera.

Hay gasolina…

Piso el acelerador y me entra de nuevo el temor de que la aguja que marca el combustible se acerque más a la reserva, como lo hace desde este medio día. Leo en internet que quizas me alcance para unos 30 kilómetros más. Resoplo en un semáforo. El claxon el auto rojo de atrás me saca del aletargamiento. Eso ya es bastante cerca de la normalidad. Pero no lo es. Hay gasolina, dice el presidente de la república, pero no llega ni alcanza.

Tan cerca y tan lejos, porque en la Ciudad de México no sufren demasiado: de forma acelerada las pipas surten de combustible a las gasolinerías, según la secretaria de Energía, Rocío Nahle. Tan cerca y tan lejos, porque en Querétaro, la petrolera Mobil presume de no depender de Pemex y traer su propia gasolina de Texas.

Tan cerca de quedarme sin gasolina. Tan lejos de la solución.

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