No nos engañemos: el muro entre México y Estados Unidos ha estado ahí desde hace mucho tiempo.
Físicamente, desde 1994 en el que Bill Clinton comenzó la construcción de una valla entre la frontera entre Tijuana y San Ysidro, y que hoy se extiende por más de mil kilómetros. Entre Baja California y California, entre Sonora y Arizona, entre Chihuahua y Texas, entre Chihuahua y Nuevo México.
Pero no sólo se trata de un muro físico, de una valla como la que hoy existe en muchos tramos de la frontera México-Estados Unidos, sino una barrera legal y administrativa, en la que resulta impensable el libre tránsito de personas y mercancías, como se esperaba de la zona de libre comercio de América del Norte. Muy distinta, por cierto, a comunidad europea, donde las fronteras parecen no existir, incluso para los mexicanos.
Así que el hecho de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firme hoy el acuerdo para comenzar a construir el muro fronterizo no debe ser motivo de angustia. Ya bastante hemos tenido en la historia con presidentes antimexicanos como Andrew Jackson, James Polk o William Taft.
La economía y la mano de obra mexicana son sustantivas para algunas actividades económicas y para la sociedad estadunidense. No quiero hablar de los jardineros, pero sí de que 20 por ciento de los alimentos que se consumen en la Unión Americana se cultivan en México.
Con todo y el muro que ya existe, y que no sabemos cuál será la forma de traspasarlo y cómo recibirán a los mexicanos, el problema más urgente será el relativo a los mexicanos que de manera ilegal viven y trabajan en Estados Unidos, incluyendo en las llamadas ciudades santuario, a las que Trump amenaza con recortar fondos federales. Ahí se hace urgente una acción del gobierno mexicano. Pero más de los mexicanos: Trump dice “primero Estados Unidos”… ¿México debe responder “primero los mexicanos”? El arriba firmante cree que sí.