En materia económica y financiera, al gobierno del presidente Enrique Peña le ha tocado bailar con la más fea. Y además de que se tiene que aguantar, algo tiene que hacer para que a los demás no nos produzca urticaria. Cosa, la última, que es complicadísima. Porque el presidente y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y los demás en el gobierno se aguantan este ya largo baile con la más fea, pero lograr que a los demás no nos produzca escozor, es harina de otro costal.
Lo digo, naturalmente, por el valor de los 18 pesos que ya alcanzó el dólar.
Y que significa una devaluación —depreciación, prefieren las voces que quieren agradar al sistema— de casi 50 por ciento si lo comparamos con el valor de 13 pesos con el que inició esta administración federal.
Y de casi 100 por ciento si hacemos memoria del dólar a 10 pesos de hace una década. Y de 600 por ciento si rememoramos el periodo previo a los errores de diciembre de 1994.
Esto no es culpa ni de Enrique Peña ni de Luis Videgaray. Pero tampoco se puede atribuir por completo a la devaluación china o al desplome de las bolsas de valores o la caída del petróleo porque como en todos los asuntos económicos y financieros hay un componente llamado confianza, que por lo visto los inversionistas no tienen.
Eso, para cualquier economía es grave. Lo es más si le gente común y corriente —los que no son inversionistas— tampoco tiene mucha confianza en su gobierno.