El arriba firmante ha visto, como seguramente lo han hecho sus cuatro avispados lectores, las discusiones sobre el presupuesto de egresos de la federación para el año 2024.
Sí, ese presupuesto en el que el gobierno del presidente López Obrador tuvo a bien pedir que le autorizaran contratar una deuda por la friolera de 1.9 billones de pesos. Sí, el presupuesto que en lo general no contiene ni un centavo para la reconstrucción de Acapulco o el mismo que concede cantidades multimillonarias a los programas sociales con el argumento de que antes no le tocaba nada del presupuesto al pueblo y es hora de que le toque una lana. Ese presupuesto.
Al arriba firmante en realidad no le interesa en esta ocasión meterse con los pesos y centavos. Eso es un tema que merece una profunda disquisición al amparo de los análisis de algún especialista que tenga el tiempo suficiente como para desmenuzar el gasto gubernamental federal y desentrañar los intereses que esconden los números y rubros de gasto.
Lo que le interesa el arriba firmante es el comportamiento de las señoras y señores diputados. Descarten que se señalen aquí los gritos y sombrerazos o los ridículos que hacen algunos legisladores y legisladoras al montar un espectáculo en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
El tema es que la mayoría de Morena y sus aliados del Partido Verde y el Partido del Trabajo se comportan exactamente igual que aquellas mayorías priistas de la segunda parte del siglo pasado.
Así es como ahora se plantan los legisladores de Morena y sus aliados. Confiados en su mayoría, les vienen guangas las posturas de sus adversarios. Ni los ven ni los oyen, como diría el clásico salinista. Se desentienden de razones de peso y aplican a la hora de las votaciones su mayor valor numérico. Ignoro si lo ven como una venganza por los años de ninguneo o si simplemente es que el poder les impide ver más allá de los dictados de su partido, hoy hegemónico como antes tuvo inferioridad de fuerzas.
Claro, por el otro lado los diputados tricolores sienten en carne propia aquel comportamiento de aplanadora que el priismo aplicó durante muchos años: indiferente a los reclamos de las oposiciones —aunque tuvieran la razón— y plegados a los deseos e intereses del presidente en turno. Burlones y avasalladores a la hora de esas votaciones. Así como lo hacen ahora los morenistas.
El oficialismo se comporta igual en cualquier circunstancia. No importa el partido ni el color ni la ideología. En el momento de votar impera el pragmatismo de vencer. Convencer no aparece en la ecuación.