El epílogo de un caso de bullying que se hizo público hace nueve meses se escribió esta semana: tres años de prisión para una menor de edad, Azahara, que en febrero pasado protagonizó, junto con la que era su compañera de secundaria, Norma Lizbeth, el video viral de una golpiza.
Aquel video mostraba a las dos jóvenes con uniforme escolar en un camino de terracería. Una pelea entre escolares, como muchas que hay a diario en el país. Como muchas otras que han ocurrido en el pasado, con esas citas “a la salida”.
A las afueras de la Escuela Secundaria Oficial Anexa a la Normal de Teotihuacán lo que sucedió llevó a una tragedia: la víctima, o la perdedora, murió unos días después del enfrentamiento producto de un traumatismo craneoencefálico que le produjeron los golpes con una roca.
Dos circunstancias llamaron la atención en su momento, y lo siguen haciendo: primero, el hecho de que este caso de acoso escolar era conocido por la comunidad de la secundaria, y segundo, que en ninguno de los testigos tuvo el valor civil suficiente como para detener lo que ya era una paliza desenfrenada. Se limitaron a videograbar el incidente, como si con eso fuera suficiente para calmar su conciencia o como si fuera la única intervención posible.
Las grabaciones en video de hechos violentos se ha vuelto una costumbre.
Así, hemos atestiguado este hecho que truncó dos vidas: víctima y victimaria. Y también hemos visto acontecimientos semejantes en Puebla, donde una pandilla de estudiantes de una prominente universidad privada le propinan una golpiza a otro joven, cuyo pecado fue defender a una amiga, acosada por esta misma jauría. O la grabación de la tunda que un sujeto le propinó al empleado de un restaurante de comida rápida en San Luis Potosí. Y nos quedamos sin saber si hay sanciones y de qué tamaño son.
Y apenas en el transcurso del fin de semana, se volvieron virales las imágenes de un padre de familia que parece divertirse golpeando repetida y violentamente a un bebé con una botella. Nos indigna en el acto. Pero pronto pasa al olvido.
El común denominador es, desde luego, la violencia. Esa que domina el escenario social en este país, trátese de violencia criminal, laboral, familiar o escolar; física o verbal; material o virtual.
Pero también es la inacción. La pasividad o indolencia con la que, como miembros de una sociedad, abordamos este tipo de acontecimientos. Nos lavamos las manos de manera automática. Nos hacemos a un lado. Queremos evitar los problemas o que la violencia nos toque, así sea de manera superficial. Nos domina el silencio.
Lo mismo sucede con el Estado y sus representantes, que prefieren minimizar los hechos, esconder la realidad en estadísticas “cuchareadas” o simplemente hacerse a un lado ante el clima hostil que prevalece en muchos espacios. Escurrir el bulto a su obligación y función de prevenir, atender y sancionar de manera ejemplar. Y mientras eso sea así, los videos seguirán apareciendo en la misma medida en que la violencia perdure.