La ola más alta jamás registrada golpeó Alaska en 1958 y medía 524 metros

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Una colosal ola, registrada en el marco del denominado tsunami de Bahía Lituya, un desastre natural ocurrido el 9 de julio de 1958 al noreste del golfo de Alaska, alcanzó una altura máxima de 524 metros y es hasta el momento la ola más alta identificada oficialmente, según distintos estudios científicos.

Superó la altura del Empire State de Nueva York (Foto: Especial).

En 1958, las características geográficas de la Bahía Lituya, en Alaska, que es un fiordo creado a partir de un viejo glaciar, se combinaron con un tsunami que generó un extremo deslizamiento de tierra para provocar la ola más grande jamás registrada. La masa de agua llegó a los 524 metros de altura, según lo demuestran los árboles arrancados en las empinadas laderas que rodean la bahía. La monstruosa ola superó la altura del icónico edificio Empire State Building de Nueva York, que alcanza los 443 metros.

Según un artículo, el científico Hermann Fritz, especialista en tsunamis y huracanes del Instituto de Tecnología de Georgia, en Estados Unidos, confirmó que fue la ola más grande oficialmente registrada y que además fue apreciada por testigos directos del suceso. La elevación máxima alcanzada por la ola se conoce como altura de carrera: es la altura que alcanza la ola después de tocar tierra y tomar nuevo impulso.

Fritz, autor principal de un estudio publicado en 2009 sobre el megatsunami en la revista Pure and Applied Geophysics, explicó que es probable que hayan existido olas más grandes en la historia de la Tierra, algo que se puede deducir de los depósitos geológicos, pero esta información está abierta a variadas interpretaciones y no existen registros directos. Por el contrario, el tsunami de 1958, provocado por un terremoto de magnitud 8,3 en la escala sismológica de Richter, quedó documentado y derivó en la muerte de cinco personas.

¿Por qué el sismo en la falla de Fairweather, que sacudió la costa sur de Alaska, generó una ola tan alta? De acuerdo a los científicos, en el fenómeno del 9 de julio de 1958 se aunaron dos factores. Por un lado, un brutal deslizamiento de tierra que habría arrojado alrededor de 30 millones de metros cúbicos de roca en la bahía de Lituya, aportando la fuerza necesaria para crear una ola tan grande. Sin embargo, la ola no se habría elevado tanto sin un segundo factor: la forma de la bahía.

Como la bahía de Lituya es un fiordo, que se erige como una ensenada costera alargada y esbelta con costados fuertemente empinados, generó que toda la potencia de la ola se canalizara en una única dirección. Por el contrario, en un tsunami típico generado por deslizamientos de tierra, la ola resultante crece en forma de abanico, reduciendo así su altura.

Como en este caso no había otro lugar al que pudiera ir el agua, la gran masa acuática fue empujada hacia las laderas circundantes, haciendo posible que la ola alcanzara una altura tan desproporcionada. En 2019, otra investigación liderada por el experto español José Manuel González-Vida, en la Universidad de Málaga, creó una simulación visual de la ola que impactó en Alaska, usando modelos informáticos. Dicha investigación fue publicada en la revista Natural Hazards and Earth System Sciences.

Según explicaron los científicos, este tipo de ola extrema se caracteriza y define como un megatsunami, un término que se refiere a olas inusualmente grandes causadas por deslizamientos de tierra o colapsos de islas volcánicas. En realidad, los tsunamis generados por movimientos de tierra son mucho más extraños que los llamados tsunamis tectónicos, que son provocados por alteraciones en el lecho marino en función del movimiento de las placas tectónicas terrestres.

Solo un 10% de los tsunamis tienen su origen en deslizamientos de tierra. A diferencia de los tsunamis tectónicos, su duración es mucho menor y alcanzan su mayor expresión cerca del sitio en el cual se generan. Por el contrario, los tsunamis que nacen por el movimiento de las placas tectónicas se extienden por más tiempo y comienzan como pequeñas olas de unos pocos metros de altura, que recorren enormes distancias e incrementan progresivamente su altura cuando llegan a la costa.

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