Fue Carlos Castillo Peraza, militante y dirigente panista de origen yucateco, quien dijo alguna vez que “todos los mexicanos tenemos un pequeño priista por dentro”.
Y aunque nadie se pone de acuerdo en qué circunstancias Castillo Peraza, opositor acérrimo del tricolor, dijo lo que dijo —hay quien asegura que afirmó: “hay que combatir al priista que todos llevamos dentro”—, el hecho es que el PRI efectivamente tuvo en el siglo pasado la mayor influencia en la vida pública del país: gobernó sin interrupciones, controló todas las instituciones, administró el erario público en todos los recovecos del país, y moldeó a varias generaciones.
El arriba firmante asegura, por ejemplo, que en los libros de ciencias sociales de la primaria de finales de los setentas y principios de los ochentas, los textos relativos a la historia nacional hacían pensar, sin lugar a dudas, que las cabezas olmecas habían militado en el PRI, que todos y cada uno de los emperadores aztecas habían sido priistas —incluyendo a Chimalpopoca—, que el cura Hidalgo tenía credencial de militante, lo mismo que Santa Anna, Gómez Farías, Juárez, los hermanos Lerdo, Madero y los subsecuentes héroes patrios y en la febril imaginación del arriba firmante, hasta el famoso caballo revolucionario Siete Leguas.
El PRI amasó un país en el que la cultura, los medios de comunicación, el cine y el teatro, los programas de televisión y hasta los encuentros deportivos tenían un espíritu priista. Actores, escritores, figuras del deporte terminaban en una curul representando al tricolor.
Tal vez por eso Castillo Peraza acuñó la frase que le atribuyen. Y tal vez por eso despierta tanto interés la rebatiña al interior del otrora poderoso y hoy abatido —y decadente— Partido Revolucionario Institucional. La disputa en la que están metidos algunos ex dirigentes nacionales priistas y el actual presidente Alejandro Moreno Cardenas es fuente de atención. La pirotecnia verbal entre unos y otros ha hecho más atractiva la disputa, en la que Moreno Cárdenas, conocido con el apodo de “Alito”, amaga con una purga en el tricolor y acusa a sus antecesores de haber dañado la imagen de su partido —omitiendo estratégicamente que como gobernador perdió el estado de Campeche—.
No sé si a estas alturas haya alguien que prestigie al PRI, de lo que sí estoy seguro es de que el priismo cavó solito su tumba, en un lapso de no más de un cuarto de siglo. Y se le debe a esa generación de gobernantes en la que estuvo Alejandro Moreno, junto con Javier Duarte de Ochoa, César Duarte, Rodrigo Medina, Roberto Borge, y el mismísimo Enrique Peña Nieto. Se alienaron del poder y el dinero y se olvidaron de las causas sociales. Se enriquecieron y no les importó la agenda de gobierno. Los priistas de ahora, apabullados, sin la presencia de aquellos que detentaron el poder, se arrebatan lo que queda del partido. Ambas partes se acusan de que en realidad les importa el dinero, la lana que reciben de las instituciones electorales. Es decir, no es una cuestión de agendas y causas. No es una cuestión ideológica, es la marmaja. Es una lucha por el plato de lentejas.