Y de nuevo hay puente, aunque no oficial, en la república mexicana. Ahora por el festejo cultural más importante de todos: El Día de Muertos.
Nuestra festividad está reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por sus desfiles, concursos, altares, ofrendas y atuendos, etcétera.
Es un momento de reflexión y a la vez de alegría donde se recuerda a los ancestros con amor y respeto y se celebra la vida.
Pero también la muerte ha sido para los mexicanos motivo de crítica social; recordemos a La Catrina de José Guadalupe Posada; una representación de calavera vestida con elegancia, que aludía a aquellos que, a pesar de tener raíces indígenas y herencia cultural, renegaban e intentaban aparentar ser europeos. Por otro lado, la muerte nos es motivo de risa y diversión; hemos desarrollado una serie de expresiones para referirnos a esta, como «ya colgó los tenis», “se lo cargó el payaso», “se petateó”, “estiró la pata”, “chupó faros” y “se lo llevó la huesuda”.
El humor igualmente se hace presente en las «calaveritas literarias», que son versos satíricos que en que se mofa de los vivos y celebra a los muertos. Nuestro Nobel de Literatura, Octavio Paz, dijo pues que “el mexicano frecuenta a la muerte, la burla, la acaricia”. Y André Bretón, escritor francés surrealista, describió a México como la “patria de humor negro” destacando la habilidad para conciliar la vida y la muerte.
El Día de Muertos es símbolo de nuestra identidad cultural, un motivo de orgullo nacional que conecta a las generaciones pasadas, desde las indígenas con las futuras, preservando nuestras tradiciones.