Comenzó la segunda administración de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos y la pregunta en el aire es: ¿que nos espera a los que residimos en México?
De entrada, que paisanos en el país vecino regresen a sus comunidades de origen, lo que podría generar presión sobre los servicios y recursos locales. En segundo lugar, que se intensifique la migración hacia áreas urbanas en busca de empleo y oportunidades. Y también existe el riesgo de que las tensiones sociales aumenten en lugares que reciben a deportados, complicando la reintegración y generando conflictos.
Por otro lado, en materia económica que disminuyan las remesas; que ante la imposición de un arancel del 25 por ciento sobre las importaciones mexicanas, se desestabilicen sectores clave como la industria automotriz y manufacturera, incidiendo en el empleo y la inversión; una depreciación del peso y el aumento a la Inflación, que impactaría el poder adquisitivo de los mexicanos.
El asunto es que Donald Trump se ensaña con México o lo hace chivo expiatorio de problemas propios de Estados Unidos como la migración indocumentada y el narcotráfico. Su estrategia se basa en una visión que prioriza la seguridad nacional estadounidense sobre la cooperación bilateral, complicando aún más las relaciones con nuestro país.
Lo que se requiere pues es negociar con Estados Unidos a través de expertos en diplomacia y relaciones internacionales. Le corresponde al gobierno y al Congreso mexicano intervenir directamente y la otra pregunta es si realmente tienen el conocimiento y capacidad de hacer algo anteponiendo los intereses nacionales.
