Día de muertos en la tradición Otomí

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El Culto a los Muertos en las Culturas Originarias de nuestro país, ha sido heredada de los abuelos, a través de un sincretismo religioso, que viste de colores, olores, sabores, nostalgia y alegría los altares en los hogares, donde se recuerda a quienes alguna vez, convivieron con los vivos.

Las ofrendas se han ido transformando y adaptando conforme a las diferentes circunstancias, económicas y sociales (Foto: Manuel Luna).

La herencia Ñätho (Otomí) según el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) ofrece a sus difuntos, lo que se cosechó en la temporada dentro del ciclo agrícola, por ellos, se colocan ofrendas desde el 28 de octubre, dirigida a los familiares que fallecieron de una manera violenta.

El 29 de octubre, se espera a las almas que murieron sin ser bautizadas y sin recibir un nombre. Se les espera con una cera y flores a fin de purificar su alma y alumbrarles el camino.

El día ultimo de octubre, según la tradición, llegan los niños bautizados al medio día, y es un día de mucha fiesta en la que se colocan en la ofrenda platillos para niños y algunas golosinas, así como el dulce de calabaza, también cera y/o veladoras, flores y comida de temporada en la región.

“Anteriormente, no podía faltar la música de violín y la tambora por la tarde y noche, hoy en día, esta práctica se ha ido perdiendo”.

Al iniciar noviembre, al primer medio día de noviembre, las Comunidades Ñätho despiden a los infantes y reciben a los difuntos mayores, regularmente con una canasta de flores silvestres y “cuando suenan las campanas de la comunidad, se encienden las ceras y/o veladoras, una persona de la familia hace un camino con pétalos y flores por donde entrarán los seres queridos, en ocasiones hay un rezandero que los espera con alabanzas por la tarde-noche”.

En el caso del valle de Toluca, durante la noche del día primero, los vivos acuden a los panteones para velar en las tumbas de sus seres queridos, estos camposantos se transforman por única vez en el año, en lugar de convivencia entre dos mundos, unidos por la creencia y el folclore religioso.

Anteriormente, aunque la tradición permanece en algunos lugares, “la ofrenda se coloca en un petate o en tablas de madera, en ella se sitúan ceras, veladoras, rosarios de flores, imágenes religiosas y frutas. Además se ofrece el pan del día de muertos con su característica peculiar de figuras humanas y coronas, pan que los mismos familiares hicieron. El pan con figura humana hecho en casa, simboliza el espíritu de las personas. A las mujeres se les coloca un petate para que descansen y a los hombres se les pone un banco de madera. Invariablemente se les ofrece una bebida: pulque, alcohol, sende y agua”.

También se colocan tortillas del maíz nuevo del reciente ciclo agrícola, y son los difuntos, quienes pueden degustar en primera instancia del fruto de un año de trabajo en las milpas.

Así, en una celebración vertiginosa, el día 2 de noviembre se visita el panteón para despedir a quienes regresan a convivir, y se colocan flores en la tumba de los difuntos, se reza y algunos contratan con algún grupo de música tradicional del gusto del difunto.

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