La noticia del fin de semana en el estado de México ha sido el ataque a la línea 2 del Mexibús, el servicio de transporte masivo que circula por la zona de Ecatepec.
Al margen de mi idea de que el Mexibús no ha cuajado, de que ha tenido muchos problemas en su puesta en operación, de que tiene rezagos, de que no ha sido suficientemente apoyado, el hecho es que fue atacado –«vandalizado», en la versión oficial– sin que hasta el momento haya un grupo que oficialmente se acredite la colocación y explosión de bombas caseras en los autobuses.
Bueno, sí ha habido una reivindicación. De «La Secta Pagana de la Montaña y grupos afines», supuesta organización que a través de una página web dice haber atacado a los autobuses y argumenta, según se entiende en medio de una serie de enredados razonamientos, que está en contra del «progreso y la artificialidad»… Argumentos chocantes en una zona que desde hace muchos años atrás ha sido un entorno urbano.
El caso es que estos ataques no son nuevos. Hace más de una década que ocurren en la parte final del año contra sucursales bancarias y cajeros automáticos. Con características similares a los ataques del fin de semana: pequeños cilindros de gas y cables eléctricos.
Y todavía es hora en que no sabemos qué clase de protesta real abanderan o qué fines persiguen.