Sé perfectamente que la taurina es una profesión muy mal vista por una parte importante de la sociedad actual. También sé que aquel al que le gustan los toros es un sujeto bajo, soez, antediluviano, bárbaro y muchas cosas más. Lo digo porque lo que viene a continuación es sobre un torero y porque no me alegro, no lo haría en ninguna circunstancia tratándose de un ser humano, ni me regodeo de la tragedia ajena.
He aprendido que defender las preferencias personales es complicado. Si uno le va al Cruz Azul, sabe a lo que se atiene si se le ocurre defender al equipo y la sequía de títulos. Si a uno le gusta un cierto tipo de música —la de banda, por ejemplo— se puede ser calificado de rupestre o naco. Y así, porque siempre hay algo que es políticamente correcto o una pía unión de sociedades pías para fijar normas de conducta y algunos quisieran que hasta de pensamiento. Así que las cosas que me gustan, me gustan y punto. Ni las explico ni respondo.
Todo eso para decir que lamento, y mucho, que el torero Rodolfo Rodríguez, El Pana, quedará cuadrapléjico después de un empellón del toro “Pan francés”.
El hombre tiene 64 años, las facultades físicas muy deterioradas, y a mí no deja causarme admiración que se pusiera enfrente de un animal que le supera en kilos y fuerza.
Así que aquel joven que a finales de los ya lejanos setentas se lanzaba desde los tendidos de la plaza para que lo dejaran torear, parece condenado a no poder moverse. Sé que muchos no lo harán, por ser el torero que quiso ser, pero yo lo lamento.