Camaradería

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No sé si es la primavera, el clima de hartazgo social, las elevadas temperaturas o los aguaceros recientes, los meses con erre, los gastos vacacionales, el desencanto o las carencias. Podría seguir indefinidamente buscando las razones, pero el hecho es que andamos por la calle buscando desquite, con quien se nos ponga enfrente.

Y no se trata de echarle bronca al primero que nos salga al paso.

No, pero casi.

Sin que nos demos cuenta de que el conductor al que le negamos el paso —como si en cederle el paso se nos fuera el orgullo, la hombría o la vida misma— o la señora a la que insultamos o el ciclista al que negamos el espacio fueran los responsables de la fotomulta o del embotellamiento o de la mala calificación o del doble Hoy no circula o de los impuestos o de qué se yo que haya sido el origen del enojo cotidiano.

Un poquito de tolerancia nos vendría bien.

Pero sería mucho mejor que pusiéramos los problemas en su justa dimensión.

Porque no guardando nuestro coraje —ese que surge de alguna condición negativa— para desquitarnos en la casa o en la calle cómo vamos a mejorar.

Son otra clase de acciones las que resultan útiles para cambiar nuestras condiciones. Una de ellas, vital, la participación ciudadana en los asuntos públicos. Otra, empezar por reconocernos y respetarnos entre ciudadanos; ser camaradas.

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