Aunque muchas veces pasan desapercibidos, se registran en el mundo 160 millones de niños en situación de trabajo infantil. De esos, 79 millones llevan a cabo labores peligrosas que ponen en riesgo su salud y seguridad, según la Organización Internacional del Trabajo.
El trabajo infantil es más frecuente entre los niños que entre las niñas, y se presenta especialmente en África. Pero a nivel América Latina y en México, el INEGI reporta tres millones 700 mil menores, de entre 5 y 17 años trabajando en ocupaciones no permitidas. Se trata fundamentalmente de agricultura, ganadería y pesca, el área de servicios y la industria donde los niños cargan y conducen maquinaria pesada, participan en derribos, demoliciones o excavaciones, manejan químicos, usan máquinas eléctricas peligrosas -como sierras o cortadoras- y están expuestos a hornos o estufas y por tanto, al riesgo de quemaduras. Se tiene la creencia de que los niños deben trabajar para aprender un oficio o desarrollar responsabilidad desde temprana edad. Por otro lado, está la pobreza y la falta de empleo digno para los adultos que lleva a las familias a necesitar el ingreso de los niños y sobrevivir.
Pero el trabajo infantil perpetúa precisamente la pobreza porque limita las oportunidades educativas y de desarrollo de los niños que, a largo plazo los mantiene como están.
Se tiene que trabajar en la sensibilización de las comunidades para cambiar la idea de que los niños trabajen y en ello insistir en las consecuencias negativas; también brindar apoyo a las familias vulnerables con servicios de salud, alimentación y vivienda y facilitar empleos dignos a los padres. No es un sueño, es una obligación moral.