Se va de la presidencia de la república Andrés Manuel López Obrador y lo hace como presidentes anteriores con escándalos de uso y abuso de de la administración pública de parte de sus hijos. En primer lugar está el asunto de la Casa gris, un inmueble en el que vivió el hijo mayor y propiedad de una empresa que tenía contratos con el gobierno; en segundo lugar el Tren Maya por la asignación de contratos a amigos para la compra de balasto y tercero la participación de la explotación de minas en Oaxaca. También que la Chocolatería Rocío, propiedad de la familia, se había beneficiado con recursos del programa Sembrando vida. Obviamente no hubo una investigación formal en ningún caso y la postura del mandatario mexicano fue decir que era falso.
Pero lo que es una realidad es que su hijo Andrés Manuel López Beltrán asumió días atrás la Secretaría de Organización del partido Morena que se encarga de poner y quitar candidatos a puestos de elección popular y formular estrategias políticas. Obviamente, esto abre la posibilidad de que más adelante se pueda postular para la presidencia, en el 2030, lo que se lee como nepotismo por favorecer a un hijo en una posición de poder y asegurar la continuidad en el legado de un presidente y su familia, cosa que también se ha negado pero está a la vista de todos. Lo ideal hubiera sido que los hijos del presidente mantuvieran una distancia prudente del poder político y que no intervinieran en asuntos públicos pero nos quedaremos con uno de ellos dispuesto a dar cauce a su carrera política y con la sombra del padre.